Quien fue Shaykh Abdelqadir al Jilani.
Sheikh Tosun Bayrak al-Jerrahi al-Halveti
El venerable Muhyiddin Abu Muhammad `Abdul-Qadir al-Jilani, que su alma sea santificada, es `al-ghawth al-a`zam’- la manifestación del atributo de Allah de `el Todo-Poderoso’, que escucha el grito pidiendo ayuda y salva a quienes lo necesitan, y `al-qutb al-a`zam’ – el polo,
el centro, la cumbre de la evolución espiritual, el gobernante
espiritual del mundo, la fuente de la sabiduría, el contenedor de todo conocimiento, el ejemplo de la fe y del Islam; un verdadero heredero
de la perfección del Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), un hombre perfecto, y el fundador de la Qadiriyya,
la mística orden que se ha expandido a lo lejos y a lo ancho y ha preservado el verdadero significado del Sufismo Islámico a través de
esos siglos hasta nuestros tiempos.
Nació en el año 470 A.H. (1077-78 E.C.) en la región llamada al-Jil
en lo que hoy en día es Irán. Esta fecha se basa en la declaración que
hizo a su hijo en relación a que contaba dieciocho años cuando fue a Baghdad, el año que murió el famoso erudito al-Tamimi. Esto ocurrió en el año 488 D.H. Su madre, Ummul-Khayr Fátima bint al-Sheikh `Abdullah Sem¡, pertenecía al linaje del Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), a través del nieto de este, el venerable Husayn.
Su madre relata lo siguiente:
Mi hijo `Abdul-Qadir nació en el mes de Ramadán. Sin importar mis persistentes esfuerzos se rehusaba a mamar durante las horas del
día. Durante toda su infancia, jamás probó alimento durante el
mes de ayuno.
Cierto Ramadán durante su infancia, el comienzo del mes cayó en un día nublado en el que la gente no podía ver la luna nueva. Ignorando
si el mes de ayuno estaba realmente iniciado o no, fueron a ver a Ummul-Khayr y le preguntaron si el niño había tomado algún alimento ese día. En vista que no era así, asumieron que el ayuno había comenzado.
El venerable `Abdul-Qadir relata lo siguiente:
Cuando yo era un niño pequeño, todos los días era visitado por un ángel bajo la forma de un hermoso hombre joven. El caminaba junto a mí desde nuestro hogar hasta la escuela y hacía que los niños
me diesen un lugar en la primera fila de la clase. El permanecía conmigo durante el día entero y luego me llevaba de regreso a mi hogar. Yo aprendía en un solo día más que todo cuanto los otros estudiantes lograban en una semana. Quien era é‚l, yo lo ignoraba. Un día se lo pregunté y me dijo, `Yo soy uno de los ángeles de Allah. El me envió a ti y me pidió que permaneciese contigo mientras tu estudies.’
Hablando nuevamente sobre su niñez, nos relata:
Cada vez que surgía en mí el deseo de ir a jugar con los otros niños, escuchaba una voz diciéndome: `Ven a Mí en lugar de ello, Oh bendito, ven a Mí.’ En mi terror yo huía, a buscar apoyo en los brazos de mi madre. Hoy en día, aún en mis más intensas devociones y largos retiros, no puedo escuchar esa voz tan claramente como entonces.
Cuando alguien le preguntó que fue lo que le llevó a su elevado nivel espiritual, contestó: `La veracidad que le prometí a mi madre.’ Y a continuación, relató la siguiente historia:
Cierto día, en las vísperas de `Id al-Adha , fui a nuestros campos para ayudar a labrar el terreno. Mientras caminaba detrás del
buey, éste giró su cabeza, me miró y dijo: ‘Tú no has sido creado para esto!’ Yo me asusté mucho, corrí a mi hogar y me trepé al techo plano de la casa. Mientras miraba, vi los peregrinos reunidos en las planicies de `Arafat, en Arabia, como si se hallasen delante mío. Fui a ver a mi madre, que para ese entonces ya era viuda, y le pedí, `Envíame al sendero de la Verdad, dame permiso para ir a Baghdad, adquirir conocimiento, vivir con los sabios y con los cercanos a Allah.’ Mi madre me preguntó cuál era el motivo para este súbito pedido. Yo le conté lo que me había pasado. Ella lloró, pero trajo ochenta piezas de oro, que era cuanto mi padre nos había dejado como herencia. Puso a un costado cuarenta piezas para mi hermano y las otras cuarenta, las cosió dentro de la axila de mi chaqueta. Luego ella me dió permiso para partir, pero antes de dejarme ir, me hizo prometerle que diría la verdad y sería veraz, sin importar lo que pasara. Luego me envió con estas palabras; `Quiera Allah protegerte y guiarte, hijo mío. Yo me separo de lo que me es más querido, por el amor de Allah. Sé que no podré verte nuevamente hasta el día del Juicio Final.’
Me uní a una pequeña caravana que iba con rumbo a Baghdad. Mientras estábamos dejando atrás la ciudad de Hamad n, nos atacó una banda de ladrones formada por sesenta jinetes. Se apoderaron de todo cuanto tenía cada uno de nosotros. Uno de ellos se llegó hasta mí y me interrogó: `Joven, qué tienes tú?’ Le contesté que tenía cuarenta piezas de oro. Me dijo: `Dónde?’ Le repliqué: `Debajo de mi axila.’ Se rió y me dejó solo. Otro bandido se acercó y me demandó lo mismo, y le dije la verdad. El también me dejó solo. Deben haber comentado el incidente a su líder, porque este me llamó al lugar donde estaban dividiendo el botín y me preguntó si tenía algo de valor. Yo le expliqué que poseía cuarenta piezas de oro, cosidas dentro de mi chaqueta, debajo de mi brazo. El se apoderó de mi chaqueta, desgarró la axila, y halló el oro. Entonces me preguntó, lleno de asombro: `Cuando tu dinero se hallaba seguro, qué fue lo que te impulsó a persistir en decirnos que lo tenías y su escondite?’ Le contesté `Yo debo decir la verdad bajo cualquier circunstancia, tal y como se lo prometí a mi madre.’ Cuando el jefe de los bandidos escuchó esto, rompió en llanto y se lamentó: `Yo he renegado de mi promesa a Quien me creó. He robado y he matado. Qué me pasará ?’ Y los otros, al verlo dijeron, `Tú has sido nuestro líder todos estos años en el pecado. Sé ahora también nuestro líder en el arrepentimiento!’ Todos ellos, los sesenta, se aferraron a mí mano, se arrepintieron, y enderezaron sus caminos. Esos sesenta fueron los primeros que tomaron mi mano y hallaron el perdón de sus pecados.
Cuando el venerable `Abdul Qadir llegó a Baghdad, tenía dieciocho años de edad. Al arribar a las puertas de la ciudad, apareció Khidr y le impidió el paso. Le comunicó que era la orden de Allah que durante los siete años siguientes, no entrase a Baghdad. Khidr le llevó a unas ruinas en el desierto y le dijo: `Quédate
aquí, y no abandones este lugar.’ Permaneció allí durante tres años. Cada año, Khidr aparecía ante él y le decía que continuase donde se hallaba.
El santo relata sobre estos años:
Durante mi estadía en los desiertos en las afueras de Baghdad, todo cuanto parece bello, pero es temporal y de este mundo, vino para seducirme. Allah me protegió de sus perjuicios. El Diablo, apareciéndose bajo diferentes maneras y formas, continuamente se acercaba a mí, a tentarme, para molestarme y para combatirme. Allah me hizo victorioso sobre él. Mi ego me visitaba diariamente en mi propia forma y apariencia, rogándome que fuera su amigo. Cuando yo me rehusaba, me atacaba. Allah me otorgó la victoria en mi lucha sin fin contra él. A su tiempo fui capaz de hacerle mi prisionero y le mantuve conmigo durante todos esos años, forzándole a permanecer en las ruinas del desierto. Durante un año entero comí el pasto y las raíces que pude encontrar y no bebí nada de agua. Otro año bebí agua, pero no comí ni una brizna de alimento. Durante otro año, ni comí, ni bebí, ni dormí. A través de todo este tiempo, mi vida transcurrió en las ruinas de los antiguos reyes de Persia, en Karkh. Caminaba descalzo por encima de las espinas y no sentía nada. Cuando a veces, veía una colina, la trepaba. No concedí ni un minuto de descanso o de respiro a mi ego, a los deseos inferiores de mi carne.
Al final de los siete años escuché una voz en la noche: `Oh ‘Abdul-Qadir, ahora se te permite entrar en Baghdad’.
Llegué a Baghdad y pasé unos pocos años allí. Muy pronto no pude soportar la rebelión, la maldad, y las intrigas que
dominaban la ciudad. Para salvarme del daño de esta ciudad degenerada y para resguardar mi fe, partí. Todo lo que llevé conmigo fue mi Corán. Cuando estaba llegando a los portales de la ciudad, en mi camino al aislamiento en el desierto, escuché una voz: `Dónde vas? dijo ella , `Vuelve. Tú debes servir a la gente.’ `Qué me importa la gente?’ protesté `Tengo que salvar mi fe!’ `Regresa, y jamás temas por tu fe, la voz continuó, `Nada te hará daño nunca.’ Yo no pude ver al que hablaba. Entonces algo me ocurrió. Cortados mis vínculos con el mundo exterior, caí en un estado de meditación interna. Hasta el día siguiente me concentré en un deseo y supliqué a Allah que El pudiese apartar los velos para mí de modo que yo supiese lo que debería hacerse.
Al día siguiente, mientras estaba deambulando a través de una vecindad llamada Muzaffariyya, un hombre a quien yo jamás había visto abrió la puerta de su casa y me llamó: `Ven, entra, `Abdul-Qadir!’ Cuando estaba llegando a su puerta, él me dijo: `Dime, que deseabas tú de Allah? Qué fue lo que suplicaste ayer?’ Yo estaba helado, con estupefacción. No podía hallar palabras para responderle. El hombre escrutó mi cara y cerró la puerta de un golpe con tal violencia que se levantó el polvo todo alrededor mío y me cubrió desde la cabeza hasta los pies. Me alejé preguntándome qué era lo que había pedido a Allah el día anterior. Luego recordé. Regresé para decírselo al hombre, pero no pude encontrar la casa ni a él. Yo estaba muy preocupado, ya que me dí cuenta que se trataba de un hombre cercano a Allah. De hecho, más tarde pude saber que era Hamm d al-Dabbs, quien se convirtió en mi sheikh.
En una noche fría y lluviosa, una mano invisible condujo a Hazrat `Abdul-Qadir hacia el `tekke’, la Zawiya mística, del Sheikh Hamm d ibn Muslim al-Dabb s. El sheikh, sabiendo por divina inspiración de su venida, había hecho cerrar las puertas de su Zawiya y apagar las luces.
Cuando `Abdul-Qadir se sentó en el umbral de la puerta cerrada, le llegó el sueño. Tuvo una emisión nocturna, por lo que fue al río, se bañó, e hizo su ablución. Se durmió nuevamente, y ocurrió lo mismo – siete veces durante esa noche. Cada vez, él se bañaba y hacía su ablución en las heladas aguas del río. A la mañana, las puertas fueron abiertas y él entró a la Zawiya Sufi. El Sheikh Hammd se puso de pie para recibirlo. Llorando de alegría, lo abrazó, y le dijo: `Oh hijo mío `Abdul-Qadir, la buena fortuna es nuestra hoy, pero mañana será tuya. No abandones jamás este sendero.’ El Sheikh Hammd se convirtió en su primer maestro en las ciencias del misticismo. Fue tomando su mano que realizó los votos e ingresó en el sendero de los Sufíes.
El relata:
Estudié‚ con muchos maestros en Baghdad, pero cada vez que no lograba entender algo, o llegaba a un secreto que yo deseaba conocer, era el Sheikh al-Dabbs quien me iluminaba. Algunas veces lo dejaba para buscar conocimiento de otros – para aprender teología, tradiciones, ley religiosa, y otras ciencias. Cada vez que regresaba, él me decía: `Adónde has estado? Nosotros hemos tenido tantos alimentos maravillosos para nuestros cuerpos, mentes, y almas mientras tú te habías ido, y no hemos guardado nada para ti!’ Otras veces, él decía: `Por el amor de Allah, adónde vas? Acaso hay alguien por aquí que sepa más que tú?’ Sus derviches me hostigaban sin descanso, y me decían: `Tú eres un hombre de leyes y un hombre de letras, un hombre de conocimiento, un hombre de ciencia. Qué tienes que hacer entre nosotros? Porqué no te vas?’ Y el sheikh los amonestaba y les decía: `Que la vergüenza caiga sobre ustedes! Yo juro que no hay nadie como él entre ustedes. Ninguno de vosotros se elevará más allá de los dedos de sus pies! Si ustedes piensan que yo soy áspero con él, y me imitan, sepan que lo hago para traerle a la perfección y para probarlo. Yo le veo en el reino espiritual robusto como una roca, tan grande como una montaña.’
Hazrat `Abdul-Qadir fue el ejemplo más claro del hecho de que, en el Islam, la búsqueda del conocimiento constituye una obligación sagrada – para todos los hombres y las mujeres, desde la cuna hasta la tumba. El siguió a los más grandes sabios de su época. Memorizó el Sagrado Corán y aprendió su interpretación de `Al¡ Abul-Waf al-Qayl, Abul-Khatt b Mahufz, y Abul-Hasan Muhammad al-Qadi. De acuerdo a ciertas fuentes, él estudió con Qad¡ Abu Sa`id al-Mubarak ibn `Al¡ al-Muharram¡, el más grande sabio de su tiempo en Baghdad. No obstante que Hazrat `Abdul-Qadir adquirió las ciencias del sendero místico del Sheikh Hamm d al-Dabb s y entró al camino Sufi por su mano, le fué dado el manto derviche, el símbolo del manto del Profeta (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con el), por Qadi Abu Sa`id. El linaje espiritual de Qadi Abu Sa`id pasa a través del Sheikh Abdul-Hasan `Alí ibn Muhammad al-Qurashi, Abdu-Faraj al-Tarsusi, al-Tamimi, el Sheikh Abu Bakr al-Shibli, Abu-Qasim al-Junayd, Sari al-Saqati, Ma`ruf al-Karkhi, Dawud al-T, Habib al-`Ajam, y Hasan al-Basri, hasta Hazrat `Alí ibn Abu Talib. Hazrat `Alí tomó el manto de servicio de las manos de Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), el Amado del Señor del Universo, y él del arcángel Gabriel, y él de la Divina Verdad.
Alguien preguntó al Sheikh `Abdul-Qadir qué había recibido él, de Allah El Más Elevado. Su respuesta fue: `Buena conducta y conocimiento.’ Qadi Abu Said al-Muharram¡ dijo, `Sin duda, `Abdul-Qadir al-Jilani tomó el manto del derviche de mi mano, pero mi propio manto de servicio me llegó también de su mano.’
Abu Sa`id al-Muharrami enseñaba en una escuela que le pertenecía, situada en Bab al-`Azj en Baghdad. Mas tarde entregó esa escuela al Sheikh `Abdul-Qadir, quien comenzó su enseñanza allí. El Sheikh `Abdul-Qadir tenía más de cincuenta años para ese momento. Sus palabras eran tan efectivas y milagrosas que transformaban a los que las escuchaban. Sus estudiantes y congregación aumentaron en número muy rápidamente. Muy pronto no había más lugar para acomodar a sus seguidores, dentro o alrededor de la escuela.
El Sheikh `Abdul-Qadir nos cuenta sobre los comienzos de su enseñanza:
Una mañana ví al Mensajero de Allah. El me preguntó: «Porqué no hablas?
Yo dije, `No soy más que un persa, cómo podría hablar en el hermoso idioma árabe de Baghdad?’ `Abre tu boca,’ me dijo. Yo lo hice. El sopló su aliento siete
veces dentro de mi boca y dijo, `Ve, encara la humanidad e invítalos al sendero de tu Señor con sabias y bellas palabras. ‘Yo hice mi plegaria del mediodía, y al darme vuelta vi mucha gente esperando que yo hablara. En ese instante, me excité mucho y mi lengua se atascó. Entonces se presentó el bendito Imam `Alí. El se acercó hasta mí y me pidió que abriese mi boca, luego sopló su propio aliento dentro de ella, por seis veces. Yo le pregunté: `Porqué no has soplado siete veces, como lo ha hecho el Mensajero de Allah?’ El dijo, `Debido a mi respeto hacia él,’ y desapareció.
Desde mi boca brotaron las palabras: `La mente es un buceador, que se sumerge en las profundidades del mar del corazón para encontrar las perlas de la sabiduría. Cuando él las trae a las orillas de su ser, se vuelcan fuera en forma de palabras que surgen de sus labios, y con ellas él compra inapreciables devociones en los mercados de adoración de Allah … ‘ Después dije: `En una noche como una de las mías, si uno de vosotros matase sus bajos deseos, esa muerte poseería un sabor tan dulce, que él ya no podría degustar ninguna otra cosa en este mundo!’ A partir de ese momento, ya fuera que estuviese despierto o dormido, cumplí mi deber de enseñar. Había en mí una tan inmensa cantidad de sabiduría sobre fe y religión. Si no hablaba y la volcaba fuera, sentía que finalizaría ahogándome. Al comenzar a enseñar, tenía solamente dos o tres estudiantes. Cuando me escucharon, su número aumentó a setenta mil.
Ni la escuela ni sus alrededores alcanzaban para contener a sus seguidores. Se hizo necesario ubicar más espacio. Ricos y pobres colaboraron para añadir edificios, los ricos contribuyendo financieramente, y los pobres con su esfuerzo. También las mujeres de Baghdad hicieron su labor. Una joven que se desempeñaba sin paga, como obrera, trajo a su esposo, el que no consentía en hacerlo gratis, y se lo presentó al sheikh. `Este es mi esposo,’ explicó. `He recibido
veinte piezas de oro de él como dote. Le devolveré sin cargo la mitad, y por la otra mitad deseo que él trabaje aquí.’ Acto seguido, entregó a Hazrat `Abdul-Qadir el oro, y el hombre comenzó su tarea. Cuando el dinero se terminó continuó en su puesto. No obstante, el sheikh siguió pagándole, porque sabía que estaba necesitado.
Hazrat `Abdul-Qadir al-Jilani era la autoridad, el Imam, en materia religiosa, teología y la ley, así como el líder de las ramas Shafi y Hanbal del Islam. Era un hombre de gran sabiduría y conocimiento. Todos se beneficiaban con él. Sus plegarias eran inmediatamente aceptadas, tanto cuando oraba por el bien como cuando lo hacía por castigo. Llevó a cabo muchos milagros. El era un hombre perfecto, de consciencia continua y permanente recuerdo de Allah, meditando, pensando, tomando, y dando lecciones.
Poseía un corazón tierno, una gentil naturaleza y una faz sonriente. Era sensitivo y tenía los mejores modales. Gozaba de un carácter aristocrático, desinteresado y dadivoso, tanto de cosas materiales como de consejo y conocimiento. Amaba la gente, pero particularmente a quienes eran creyentes y servían y adoraban al Uno en Quien ellos creían.
Su porte era varonil y vestía bien. No hablaba excesivamente, pero cuando lo hacía, su lenguaje era rápido, y cada vocablo, cada sílaba eran nítidos. Su discurso era bello y veraz. Decía la verdad sin temores, porque no le preocupaba si era elogiado o criticado y condenado.
Cuando el Califa al-Muqtafi nombró a Yahya ibn Said, en el cargo de Qadi, o Juez Principal, Hazrat `Abdul-Qadir le acusó en público, diciendo: `Tú has nombrado al peor de los tiranos como juez sobre los creyentes. Veamos como responderás por ti mismo mañana cuando seas presentado ante el Gran Juez, el Señor del Universo!’ Al escuchar esto, el califa empezó a temblar y rodaron sus lágrimas. El juez fue inmediatamente removido.
La población de la ciudad de Baghdad era presa de degeneración moral y en las conductas. A través de su influencia, la mayor parte de las gentes de la ciudad se arrepintieron y siguieron la correcta moral y las prescripciones del Islam. El llegó a ser amado y respetado por todos, y su influencia se esparció por todos los confines. Así como los justos le amaban, los opresores y los perversos le temían. Mucha gente, incluyendo reyes, visires y sabios se llegaron hasta él para plantearle interrogantes y buscar soluciones. Muchos Judíos y Cristianos abrazaron el Islam a través suyo.
Había en Baghdad un sacerdote muy sabio e influyente, que tenía muchos seguidores. Este hombre poseía un vasto conocimiento, no sólo de las tradiciones Judaica y Cristiana, sino también del Islam. Era versado en el Islam y el Sagrado Corán, y sentía gran amor y aprecio por el Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él). El califa respetaba al sacerdote y confiaba que él y sus seguidores se convertirían en Musulmanes algún día. De cierto, estaba listo para aceptar la religión, salvo por una cosa. El obstáculo que se lo impedía, lo que no podía aceptar ni comprender, era la ascensión física a los cielos del Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), durante su tiempo de vida. La Ascensión tuvo lugar cuando una noche, el Profeta (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él) fue llevado en cuerpo y alma desde Medina hasta Jerusalén, y desde allí hasta los siete cielos, donde vio muchas cosas. Visitó el Paraíso y el Infierno, y fue más allá de ellos para encontrarse con su Señor, Quien habló noventa mil palabras con él. Regresó antes que su lecho se hubiese enfriado, y antes que una hoja que había tocado al pasar hubiese cesado de estremecerse.
La mente del sacerdote no podía aceptar la ascensión del Profeta (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él) y su regreso para contarla. En verdad, cuando el mismo Profeta (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), la declaró al día siguiente en que tuviese lugar, muchos Musulmanes no creyeron, y abandonaron su religión. Esto constituye una prueba para la fe‚ verdadera, ya que la mente no puede concebir algo así.
El califa presentó al sacerdote a todos los sabios y maestros de esa época, a fin de cancelar sus dudas, pero ninguno de ellos obtuvo el éxito. Entonces una noche él envió un mensaje a Hazrat `Abdul-Qadir, preguntándole si él podía convencer al sacerdote de la verdad de la Ascensión.
Cuando Hazrat `Abdul-Qadir llegó al palacio, halló al sacerdote y al califa jugando al ajedrez. Mientras el sacerdote levantaba una pieza del juego para moverla, sus ojos se encontraron con los del sheikh. Parpadeó … y al abrirlos nuevamente, se halló a sí mismo ahogándose en un correntoso río! Gritó pidiendo ayuda y un joven pastor saltó al río para salvarlo. Cuando el pastor lo aferró se dio cuenta que estaba desnudo, y que se había transformado en una joven muchacha!
El pastor la sacó del agua y le preguntó de quién era hija, y donde vivía. Al mencionar el sacerdote a Baghdad, el pastor dijo que se encontraban a una distancia de unos pocos meses de viaje de esa ciudad. El pastor la honró, la mantuvo y protegió, pero eventualmente, ya que ella no tenía lugar adonde ir, se casó con ella. Tuvieron tres hijos, que fueron creciendo. Cierto día, mientras ella lavaba ropa en el mismo río donde había aparecido muchos años antes, se resbaló y cayó al agua. Cuando abrió sus ojos, el sacerdote se encontró a sí mismo sentado enfrente del califa, sosteniendo la pieza de ajedrez y aún mirando a los ojos de Hazrat `Abdul-Qadir, el que le dijo: `Ahora, venerable sacerdote, todavía tú descrees?’ No enteramente seguro de lo que le había pasado, y pensando que se trataba de un sueño, respondió con las palabras: `Qué quieres decir?’ Quizás te agradaría ver a tu familia?’ inquirió el santo. Cuando‚él abrió las hojas de la puerta, allí estaban parados, el pastor y los tres niños. Al ver esto, el sacerdote creyó. El y su congregación se hallan entre los cinco mil Cristianos, que se convirtieron en Musulmanes por las manos de Hazrat `Abdul-Qadir.
En su enseñanza y su servicio a la humanidad, aplicó cualidades que heredó de los más elevados. El dijo: Un maestro espiritual no lo es verdaderamente a menos que posea doce cualidades.
Dos de ellas provienen de los atributos de Allah El Más Elevado. Estas son
1- El ocultar las faltas del hombre y del resto de la creación, no solamente a otros, sino aún de sí mismos, y
2- el tener compasión y perdón para inclusive el peor de los pecados.
Dos cualidades son heredadas del Profeta Muhammad (Que la paz y las Bendiciones de Allah sean con él) 3- Amor 4- Y dulzura.
De Hazrat Abu Bakr, el primero de los cuatro Califas, un verdadero maestro, hereda 5- veracidad,
6- honestidad 7- y sinceridad, así como devoción y generosidad.
De Hazrat `Umar 8- justicia, 9- e imponer lo correcto e impedir la maldad.
De Hazrat `Uthman, 10- Humildad, y permanecer despierto y orar mientras el resto de la humanidad sigue dormida.
De Hazrat `Ali, 11-Conocimiento 12- Coraje.
El fue un padre devoto para todas las decenas de miles de sus seguidores. Los conocía por su nombre, y cuidaba de sus asuntos mundanos, así como de sus condiciones espirituales. Les ayudaba y salvaba de desastres, aún cuando se encontrasen en el otro extremo del mundo. Era un niño con los niños, y los trataba con las más profunda de las ternuras y compasiones. Con aquellos mucho más viejos que él, se convertía en aún más anciano que ellos, y les brindaba su respeto. El mantenía el trato con los pobres y los débiles; no buscaba la compañía de los famosos o de los poderosos. Con tales gentes se comportaba como si fuese el rey del verdadero Rey.
Uno de los hijos de su sirviente relataba que su padre, Muhammad Ibn al-Khidr, sirvió al Sheikh `Abdul-Qadir durante trece años. Jamás notó que ninguna mosca se posara en él, ni tampoco jamás lo observó sonarse la nariz. Aunque el sheikh trataba a los débiles y pobres con gran respeto, su servidor jamás lo vio levantarse cuando llegaban sultanes, ni tampoco él los visitaba, ni comía del alimento de ellos, excepto una sola vez. Cuando se presentaba un rey a visitarlo, él abandonaba la sala de recepción y regresaba después que el rey y su comitiva estaban acomodados, de manera que todos ellos se veían obligados a levantarse para saludarlo. Cuando escribía una misiva al califa, decía que `Abdul-Qadir le ordenaba hacer esto o aquello, y que era una obligación del califa el obedecerle, ya que él era su líder. Cuando el califa recibía tales cartas, él las besaba antes de leerlas, y decía: `El sheikh tiene razón, sin duda él está diciendo la verdad!’
Uno de los grandes juristas de esa ‚poca, Abu-Hasan, relata: Yo escuché‚ al califa al-Muqtafi decir a su ministro Ibn Hubayra: `El Sheikh `Abdul-Qadir me está ridiculizando, subrayando muy claro a cuantos están alrededor suyo que me está aludiendo a mí. Me han informado que apuntó a una palmera datilera en su huerto y dijo «Mejor que te comportes. o vayas demasiado lejos o haré que te decapiten!» Ve a él, háblale en privado y dile: «Tú no
debes satirizar ni amenazar al califa. Has de saber que el rango del califa es sagrado y ha de ser respetado.»
El vizir Ibn Hubayra fue al sheikh y lo halló en compañía de una vasta multitud. Al hablar, súbitamente en cierto punto, declaró: «De cierto, a él también lo decapitaría». El visir percibió que el sheikh se refería a él mismo, y aterrorizado huyó y le relató al califa lo que había ocurrido. Este se conmovió hasta las lágrimas y dijo: «Verdaderamente, el sheikh es grande.» Y fue a verlo él mismo. El sheikh le dio muchos consejos y el califa lloró y lloró.’
No obstante que era extraordinariamente compasivo y tenía el mejor carácter y modales – gentil y caritativo, cumplidor de sus promesas – era justo, e inflexible en su justicia. Jamás mostró indignación por nada que a él le fuera hecho, pero si se cometía alguna acción perversa en perjuicio de la fe‚ y de la religión, su ira se hacía motivo de pavor, y su castigo era rápido y riguroso.
Un sheikh de ese tiempo, Abu-Najib al-Suhrawardi, cuenta:
En el año 523 de la Hégira, yo estaba con el Sheikh Hammd, el maestro del Sheikh `Abdul-Qadir, quien también estaba presente. El Sheikh `Abdul-Qadir hizo una declaración grandilocuente. Ante ella, el Sheikh Hammd le dijo: `Oh `Abdul-Qadir, tú hablas demasiado aparatosamente! Temo para ti la desaprobación de Allah.’ `Abdul-Qadir puso su mano sobre el pecho del Sheikh Hammd. `Mira mi palma con el ojo de tu corazón,’ dijo, `y dime lo que está escrito sobre ella.’ Cuando el Sheikh Hammd no pudo, `Abdul-Qadir sacó su mano del pecho del sheikh y le mostró la palma. Sobre ella había una escritura luminosa que decía: `El ha recibido setenta promesas de Allah de que jamás se verá frustrado’.
Cuando el Sheikh Hammad vio esto, dijo, `Jamás podría hacerse una objeción a un hombre bendecido con una divina promesa como esa. Allah bendice a quien El desea entre Sus servidores.’
El Sheikh `Abdul-Qadir, acostumbraba a decir:
Ninguno de mis seguidores morirá antes de arrepentirse. Todos ellos morirán como fieles servidores de Allah. Cada uno de mis buenos seguidores habrá salvado a siete de sus pecadores hermanos del fuego del infierno. Si en el distante occidente, las partes privadas de uno de mis seguidores fuesen inadvertidamente expuestas, nosotros, no obstante que nos encontrásemos en el lejano oriente, las cubriríamos antes de que nadie lo notase.
Me ha sido dado un libro, un libro tan largo como el alcance de la vista del ojo común, que contiene los nombres de todos los que me seguirán, hasta el fin de los tiempos. Con la bendición de Allah, nosotros los salvaremos a todos. Benditos son los que me ven. Yo anhelo a los que no me verán.
Todos los que se le unían estaban siempre en paz y alegres. Alguien le preguntó: `Sabemos la condición de los buenos seguidores y lo que les aguarda en el Mas Allá . Pero, qué pasará con los malos?’ El respondió: `Los buenos me son devotos, y yo soy devoto en salvar a los malos.’
Una jovencita seguidora del sheikh vivía en Ceilán. Cierto día fue atacada en un lugar solitario, por un hombre con el propósito de deshonrarla. Ya impotente, ella gritó: Sálvame, Oh mi sheikh `Abdul-Qadir!’ En ese momento el sheikh estaba haciendo su ablución en Baghdad. La gente le vio detenerse, tomar coléricamente su zapato de madera y arrojarlo en el aire. Nadie lo vio descender. El zapato cayó sobre la cabeza del delincuente que estaba intentando ultrajar a la
niña en Ceilán, y le mató. Se dice que el zapato aún está allí, conservado como una reliquia.
Cuenta Sahl ibn`Abdullah al-Tustari que cierto día, los seguidores del Sheikh `Abdul-Qadir lo perdieron de vista. Miraron por todos los lugares para hallarlo. Alguien les dijo que había sido visto caminando hacia el Río Tigris, y sus seguidores corrieron hacia allá, para buscarlo. Cuando llegaron a la ribera, el sheikh venía por el medio del río, caminando sobre las aguas hacia ellos. Todos los peces sacaban sus cabezas afuera, dándole la bienvenida.
Era el momento de la plegaria del mediodía. Por encima de ellos apareció una enorme alfombra extendida sobre sus cabezas, que cubría la totalidad del cielo. Era de color verde, y bordadas sobre ella en oro y plata estaban las siguientes palabras:
`De cierto, para los amigos de Allah, no hay ni temor ni lamentación.’ (Sura Yunus 10:62).
`Oh, familia del Profeta, que la paz y las bendiciones de Allah sean con vosotros. En verdad, solamente El es digno de alabanza y El más glorioso!’ (Sura Hud 11:73)
El tapiz, que flotaba como la alfombra voladora del profeta Salomón, descendió a tierra. La gente, inspirada, tranquila y pacífica, caminó hacia él. El sheikh, vestido con hermosos ropajes, puso sus pies encima, y así, les condujo en plegaria. Cuando elevó sus manos y dijo: `Allah es grande,’ una luz verde emanó de su boca, cubriendo el cielo. Al final de la plegaria ‚él abrió sus manos y dijo: `Oh Señor, por deferencia a mi ascendiente tu amado Muhammad, que la paz sea con él, y por causa de aquellos entre tu creación que te temen y te aman, no tomes a ti a ninguno de mis seguidores hasta que sean perdonados de sus pecados y que su fe sea completa.’ Todos y cada uno escucharon el murmullo de los ángeles diciendo: `Amin.’ Después de los ángeles, también ellos dijeron `Amin.’ Entonces todos percibieron una voz que partía del interior de ellos, que decía: «Regocijáos! Yo he aceptado vuestras plegarias.’
El Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), dice: `El sheikh perfecto es como un profeta para su pueblo’. Ciertamente Hazrat `Abdul-Qadir fue uno de esos sheikhs perfectos, que abrió para las gentes las puertas de la felicidad en este mundo y los portales del Paraíso en el siguiente.
Fue solamente después que Hazrat `Abdul-Qadir hubo logrado maestría sobre su ego y llegase a ser un hombre perfecto, y únicamente por la inspirada orden del Sagrado Profeta (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), que se convirtió en un maestro y estableció contacto con la gente. También en ese momento, y siguiendo el ejemplo de su antecesor el Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él), contrajo matrimonio con cuatro esposas, cada una un modelo de virtud y devota a él. Tenía cincuenta y un años de edad. Procreó cuarenta y nueve hijos, veintisiete niños, y veintidós niñas. Cierto día sus esposas se allegaron a él y dijeron: `Oh poseedor del mejor de los caracteres, tu pequeño hijo ha muerto, y no hemos visto una sola lágrima en tus ojos, ni tampoco has mostrado tú ningún signo de tristeza o de cuidado. No tienes un poco de compasión por alguien que es una parte de ti? Nosotras estamos encogidas por el dolor, sin embargo tú sigues adelante con tus asuntos como si nada hubiese ocurrido. Tú eres nuestro maestro, nuestro guía, nuestra esperanza para este mundo y para el Más Allá , pero si tu corazón es duro y no hay misericordia en él, cómo podemos nosotras, que confiamos en aferrarnos a ti en el día del Juicio Final, tener fe en que tú nos salvarás?’
El sheikh les dijo: `Oh mis queridas amigas, no piensen que mi corazón es duro. Yo compadezco al infiel por su infidelidad. Yo me apiado del perro que me muerde y suplico a Allah que deje esa costumbre, no porque me importe ser mordido, sino porque otros le arrojarán piedras. Acaso no saben ustedes que mi compasión es heredada de aquél a quien Allah envió como una misericordia sobre el universo?’
Las mujeres dijeron: `Ciertamente, si te condueles aún del perro que te muerde, cómo es que no muestras ningún sentimiento por tu propio hijo, que ha sido golpeado por la espada de la muerte?’
El sheikh dijo: `Oh mis entristecidas compañeras, ustedes lloran porque se sienten separadas de su hijo al que aman. Yo estoy siempre con aquél que amo. Ustedes han visto a su hijo en el sueño que es este mundo, y ustedes le han perdido en otro sueño. Allah dice: «Este mundo no es sino un sueño.» Es un sueño para los que se encuentran dormidos. Yo estoy despierto. Yo vi a mi hijo cuando él se hallaba dentro del círculo del tiempo. Ahora él ha caminado fuera de ese círculo. Yo aún le veo y él está conmigo. El juega alrededor mío, exactamente como antes lo hacía. Porque cuando uno ve lo que es real con el ojo del corazón, ya sea muerto o vivo, la verdad no desaparece.’
Cierto día, el sheikh y algunos de sus seguidores estaban viajando a pie en el desierto. Era el mes de Ramadán, y la arena ardía. El relata:
Yo me encontraba cansado y sediento en demasía. Mis seguidores estaban caminando adelante mío. De súbito, una nube apareció encima nuestro, como una sombrilla, protegiéndonos del hirviente sol. Enfrente nuestro emergió una fuente surgiente y una palmera datilera cargada con frutas maduras. Finalmente brotó una luz redonda, más brillante que el sol, fija, y apartada de éste. Una voz llegó desde esa dirección, y dijo: `Oh gentes de `Abdul-Qadir, Yo soy vuestro Señor! Coman y beban, porque Yo he hecho legítimo para ustedes lo que había dispuesto como prohibido para otros!’ Mi gente, que se hallaba adelante, corrió hacia la
fuente para beber y a la palmera datilera para comer de ella. Yo les grité que se detuviesen, y levantando mi cabeza en dirección
a la voz, clamé: `Yo me refugio en Allah del maldecido Diablo!’ La nube, la luz, la fuente y la palmera datilera, todo desapareció. El Diablo se plantó delante nuestro, en toda su fealdad. Preguntó `Como supiste que era yo?’ Contesté al Maldito que había sido arrojado fuera de la misericordia de Allah que el discurso de Allah no es un sonido escuchado con los oídos, ni proviene desde afuera. Aún más, yo sabía que las leyes de Allah son constantes y valen para todos. El no las cambia ni convierte aquello que es prohibido en permitido para quienes El favorece.
Al escuchar esto, el Diablo intentó su última tentación, la de incitar la arrogancia. `Oh `Abdul-Qadir,’ dijo, `Yo he engañado a setenta profetas con esta triquiñuela. Tu conocimiento es vasto, tu sabiduría es aún mayor que la de los profetas!’ Entonces, señalando a mis seguidores, continuó, `Es este puñado de estúpidos tu único acompañamiento? El mundo entero debiera aceptarte, porque tú eres igual a un profeta.’
Yo dije: `Yo me refugio de ti en mi Señor Quien es el Escuchador de Todo, y el Sapiente de Todo. Porque no es mi conocimiento, ni mi sabiduría, lo que me ha salvado de ti, sino la misericordia de mi Señor.’
El veía todo como proveniente de Allah, hacía todo por motivo de Allah, y no atribuía nada a ningún ser creado, incluyéndose él mismo. Elogios o críticas, beneficios o pérdidas, todo era igual para él. Su conocimiento lo abarcaba todo y su sabiduría era suprema. Consideraba que los que saben y no aplican su conocimiento, no son mejores que burros cargando pesados libros.
Uno de los grandes sheikhs de su tiempo, el Sheikh Muzaffar Mansur ibn al-Mubarak al-Wasiti, relata:
Yo fui a visitar al Sheikh `Abdul-Qadir, con algunos de mis estudiantes. Llevaba un libro sobre filosofía en mi mano. El nos dio la bienvenida, nos observó, y luego me dijo: `Qué amigo malo y sucio llevas en tu mano! Ve y lávalo!’ Yo quedé espantado por las iracundas palabras del sheikh. El no podía saber el contenido del libro, que yo amaba y que había casi memorizado. Debatí conmigo mismo si me levantaba y escondía el libro en algún sitio, para luego recogerlo a mi partida. Cuando estaba por hacerlo, él me miró de una manera extraña y ya no pude moverme de mi lugar. Luego me ordenó que le diese el libro. Mientras hacía esto, lo abrí para darle una mirada final. Y vi solamente vacías páginas en blanco! Todo cuanto estaba escrito había desaparecido. Le entregué el libro. El lo tomó, lo hojeó en partes, y me lo devolvió diciendo, `Aquí está «La Sabiduría del Corán» por Ibn Daris.’ Yo lo tomé y al abrirlo, vi, fuera de toda duda, que el libro de filosofía se había transformado en «Fad ‘il al-Qura n» por Ibn Daris, escrito en la más hermosa de las caligrafías. Entonces él me dijo: `Deseas que tu corazón se doblegue cuando digas tu arrepentimiento?’ Yo le respondí: `Sin duda, lo deseo´. El me dijo: `Entonces, ponte de pie’. Mientras me levantaba, sentí que todos mis conocimientos de filosofía descendían de mi mente y se enterraban en el suelo. De todo ello, no permaneció en mi memoria ni la menor palabra.
En otra oportunidad una gran cantidad de gente estaba reunida alrededor del Sheikh `Abdul-Qadir, esperando que él hablase. El permaneció sentado por un largo tiempo, sin emitir una sola palabra; la congregación también seguía sentada, aguardando en silencio. Después de un cierto lapso de tiempo, un extraño éxtasis se apoderó de Él y permaneció sentado por un largo tiempo, sin emitir una sola palabra; la congregación también seguía sentada, aguardando en silencio. Después de un cierto lapso de tiempo, un extraño éxtasis se apoderó de ellos, como si hubiesen sido vaciados de pensamiento o imaginación. Entonces todos ellos al unísono tuvieron un mismo pensamiento; ` ̈En qué está pensando el sheikh?’
Tan pronto como este interrogante surgió en sus mentes, Hazrat `Abdul-Qadir habló. `Hace un momento, un hombre fué transportado desde la Mecca hasta Baghdad en un instante, se arrepintió en mi presencia, y voló de regreso,’ dijo.
La congregaci¢n pensó al unísono: `Porqué un hombre que puede volar desde la Mecca hasta Baghdad en un segundo, habría de necesitar arrepentirse?’
El dijo: `Volar en el aire es una cosa, pero sentir amor es algo diferente. Yo le enseñé como amar.’
`Abdull h Zkayal relata esto:
En el año 560 yo estaba en la escuela de Hazrat `Abdul-Qadir. Cierto día lo vi abandonar su casa con su bastón en la mano. Me dije a mí mismo, ` Desearía que me mostrase un milagro con ese bastón!’ El me miró, y sonriendo, enterró parte del bastón dentro de la arena. Instantáneamente se tornó en un rayo de intensa luz elevándose hasta fuera de la vista en el cielo, iluminando todo durante una hora. Entonces él tomó ese rayo de luz y se transformó nuevamente en un bastón común. El me miró y dijo, `Oh Zayal, es esto todo cuanto tú deseabas?’
A sus manos más de cinco mil Judíos y Cristianos se convirtieron en Musulmanes. Más de cien mil rufianes, delincuentes, asesinos, ladrones y bandidos se arrepintieron y se hicieron devotos Musulmanes y pacíficos derviches. El explica como alcanzó esa bendencida condición:
Durante veinticinco años deambulé por los desiertos de Iraq. Dormí en ruinas. Me quedé en reclusión durante once años, en un lugar de Shustar, donde se hallan los restos de un castillo en el medio del desierto, a doce días de viaje desde Baghdad. Le prometí a mi Señor que no comería ni bebería hasta que alcanzase perfección espiritual. En el día cuadragésimo llegó un hombre con una hogaza de pan y algún alimento y los colocó delante mío, para luego desaparecer. Mi carne gritaba, ` Tengo hambre, estoy hambriento!’ mi ego susurraba, `Tu promesa hacia Allah se encuentra cumplida. Porqué no comes?’ Pero yo no rompí mi voto a Allah.
Por azar sucedió que el sabio Abu Sa’i9d al-Muharrami pasó porel lugar. Escuchó los gritos de hambre de mi carne, a pesar que yo estaba sordo a ellos. El se acercó y contemplando mi demacrado estado me dijo, `Qué‚ es lo que veo y escucho, Oh `Abdul-Qadir?’ `No te preocupes, amigo mío,’ le dije. `Es solamente la voz de la desobediencia de mi insubordinado ego, mientras que el alma, en verdad te lo digo, está prosternada delante de su Señor y se encuentra plena de esperanza, paz y alegría.’
`Compláceme y ven a mi escuela en Bab al-`Azj,’ me pidió. Yo no contesté, pero internamente me dije, `No dejar‚ este lugar salvo una orden divina.’ No mucho más tarde, Khidr se presentó a mí y me dijo, `Ve y únete a Abu Sa’id’.
Cuando recibí la orden, fuí a Baghdad, a la escuela de Abu Sa’id, y lo hallé‚ aguardándome a la entrada. ` Yo te rogué que vinieras!» dijo. Luego me invistió con el manto del derviche. Desde ese momento en adelante nunca lo dejé‚.
Durante cuarenta años jamás dormí a la noche. Hice mi plegaria de la mañana con la ablución que había tomado para mi oración nocturna. Leía el Corán para que el sueño no me venciese. Me paraba en un pie y me apoyaba contra la pared con una mano. No cambié‚ esta posición hasta que hube terminado la lectura del Sagrado Libro.
Cuando no podía vencer yo mismo el sueño, escuchaba una voz que sacudía cada célula de mi cuerpo. Ella decía,`Oh`Abdul-Qadir,
Yo no te he creado para dormir! Tú eras nada. Yo te di la vida. Para que, mientras estés vivo, no estés desatento de Nosotros.’
Un día, alguien le preguntó: `Oh `Abdul-Qadir, nosotros oramos, ayunamos y nos negamos a los bajos deseos de nuestra carne, igual que tú. Cómo es que no recibimos altos estados místicos y la habilidad de llevar a cabo milagros, como tú?’
El respondió: `Yo veo que ustedes no solamente intentan competir conmigo en los actos – creyendo que hacen lo que yo hago, cuando en realidad meramente hacen lo que me ven hacer – sino que reprochan a Allah por no darles las mismas recompensas! Allah es mi testigo en que nunca he comido o bebido a menos que escuchase a mi Creador decir: «Come y bebe – tú Me lo debes, por el cuerpo que Yo te he dado.» Tampoco jamás hice una sola cosa sin la orden de mi Señor.’ El Sheikh `Ali ibn Musafir relata:
Yo estaba entre cientos de personas reunidas para escucharlo al aire libre. Mientras él hablaba, una espesa lluvia comenzó a caer y algunas personas empezaron a partir. El cielo estaba obscuro de nubes que prometían más lluvia. Hazrat `Abdul-Qdir elevó su cabeza y sus manos en plegaria y dijo, `Oh Señor, yo deseo reunir a la gente para Ti. Acaso Tú estás intentando alejarla de mí?’
Tan pronto como él dijo esto, la lluvia encima nuestro se detuvo. Ni una sola gota cayó sobre nosotros hasta que él terminó de hablar, a pesar que estaba lloviendo fuera del lugar donde nos encontrábamos congregados.
Yahy ibn Jina al-Adib recuerda:
El Sheikh `Abdul-Qadir acostumbraba a intercalar poesía en sus charlas. Un día el estaba hablando acerca del alma y recitó este poema:
Mi alma, antes que llegara a ser en el reino de la nada, Te amaba.
Si ahora yo abandonase el reino del amor,
Podrían mis pies alejarme?
Internamente, me dije a mi mismo: `Veamos cuantos poemas recitare hoy.’ Tenía conmigo un tramo de cordel, y le hacía un nudo debajo de mi manto, cada vez que él recitaba un verso. Yo estaba sentado alejado, y verme le hubiera sido imposible. El me miró y me dijo `Yo trato de desenredar, y parece que tú hallas satisfacción en atar nudos!’
Su devoto servidor Abdul-Rid relata lo que sigue:
Cierto día cuando estaba predicando, el sheikh se interrumpió en
el medio de una sentencia y declaró: `No continuaré‚ a menos que ustedes me den cien piezas de oro, ahora mismo!’ Rápidamente la gente reunió cien dinares y los colocaron en mis manos. Todos estaban sacudidos, sin saber que hacer, mirándolo con asombro. Yo le alcancé el dinero. El me devolvió los cien dinares, mientras me decía: `Oh, Abul-Rid , ve al cementerio de Sheniziyyah. Allí encontrarás un anciano tocando el laúd para los sepulcros. Entrégale este oro y tráeme al anciano.’
Yo fui y allí estaba ciertamente el anciano, tocando su laúd y cantando para las tumbas. Yo le ofrecí mis salutaciones, y le di la bolsa conteniendo el oro. El quedó espantado, lanzó un largo grito, y perdió el sentido. Cuando revivió, le llevé al Sheikh `Abdul-Qadir, quien le pidió que subiese al púlpito. El hombre ascendió los escalones con el laúd en sus hombros. `Amigo, diles tu historia,’ le invitó el sheikh.
El tocador de laúd nos dijo que durante su juventud, él había sido un cantante popular de fama. Sin embargo al llegar a lavejez, nadie ya lo buscó, ni deseó escucharlo más. Triste y abandonado por todo el mundo, ese mismo día él hizo un voto de que nunca cantaría más para nadie, exceptuando los muertos. Había ido al cementerio, y mientras estaba allí, cantando y tocando el laúd, la tumba más cercana se abrió en dos! El difunto levantó su cabeza y dijo: `Toda tu vida has cantado para los muertos. Canta una vez para el Siempre-Viviente, para Allah. Ciertamente El te otorgará más de lo nunca antes te haya sido dado – más de lo que tú jamás hayas esperado recibir!’ Al ver y escuchar esto, se desmayó de temor y estupefacción. Luego, al retornar sus sentidos, comenzó a cantar así:
Oh Mi Señor, el día en que Te encuentre no tendré‚ nada para entregar salvo ruegos en mis labios y esperanza de misericordia en mi corazón.
Todo ser reunido en Tu presencia con esperanza, ay de mí si soy dejado con las manos vacías!
Si solamente los buenos llegasen rogando a Tu puerta ̈a quién irían a pedir los pecadores?
Oh Señor, cuando yo esté avergonzado ante Ti en el Día de la Rendición de Cuentas, no me salvarás Tú, del Fuego?
Abul-Rid continúa relatando:
En el medio del verso yo llegué a él con los cien dinares de mi maestro como recompensa por sus súplicas a su Señor, y en su sorpresa, él perdió los sentidos.
El tocador de laúd, con lágrimas brotando de sus ojos, se desmayó. Arrojó al suelo su laúd y lo rompió. El sheikh dijo, `Si esta es la recompensa de Allah por la honestidad de alguien que tomó su vida como un juego, cuál ser el premio del servidor de Allah que es puro y leal toda su vida? Preserven la sinceridad en su corazón, porque sin ella ustedes no progresarán hacia su Señor ni siquiera una pulgada.’
`Abdul-Samad ibn Humm era uno de los hombres más ricos en Baghdad. Un hombre mundano, orgulloso, y arrogante, creía que era dueño del mundo y de la gente que trabajaba para él. Suponía que los controlaba, haciendo con ellos cualquier cosa que deseaba. Un materialista en todo el sentido de la palabra, tenia aversión profunda por el sheikh y negaba sus milagros. Este es su relato: Como ustedes saben, a mí nunca me agradó el sheikh. No obstante que soy un hombre pudiente y tengo todo cuanto pueda desear, jamás estaba contento, feliz o en paz. Un día viernes, mientras pasaba cerca de su escuela, escuché el llamado a la oración. Me dije a mí mismo, `Echemos una mirada más de cerca a este hombre que impresiona a otros con sus así llamados, milagros. Iré a hacer mi plegaria del viernes en su mezquita.’
La mezquita estaba repleta. Empujando hacia adelante, en medio de la multitud, conseguí un lugar justo delante del púlpito. El
sheik comenzó a decir su sermón y las ideas que exponía me irritaron. De súbito sentí la necesidad de evacuar mi vientre con terrible urgencia. No había modo de salir de la mezquita. Yo quedé horrorizado ante la terrible vergüenza, ya que estaba a punto de defecar allí mismo y en ese instante. Mi cólera hacia el sheikhse incrementó.
En ese momento él descendió calmosamente los escalones del púlpito y se paró al lado mío. Mientras continuaba hablando, me cubrió con el ruedo de su manto. De súbito me encontré en un hermoso y verde valle donde corría un arroyo de aguas cristalinas. No había nadie a la vista. De inmediato hice mi necesidad, me lavé, y tomé mi ablución en el arroyo. Cuando decidí cumplir mi plegaria, me hallé nuevamente debajo del manto del sheikh. El levantó su ruedo y subió nuevamente los escalones hasta el púlpito.
Yo quedé estupefacto. No solamente se sentía aliviado mi vientre, sino también lo estaba mi corazón. Todo el descontento, la cólera y los sentimientos negativos se habían evaporado de él. Después de la plegaria, abandoné la mezquita y caminé hacia mi hogar. En el camino, me di cuenta que había perdido la llave de mi caja fuerte. Regresé a la mezquita y la busqué pero no la pude hallar en ninguna parte. Tuve muchas dificultades para conseguir que el cerrajero abriese mi caja fuerte.
Al día siguiente, tenía que hacer un viaje de negocios. A tres días de distancia de Baghdad, pasamos por un valle muy hermoso. Como si una fuerza nos arrastrase, llegamos hasta la ribera de un arroyo increíblemente bello. Inmediatamente reconocí que este era el lugar donde yo había estado, y el arroyo en el que me había lavado. Nuevamente lo hice así, en el mismo sitio. Y allí encontré la llave perdida, de mi caja fuerte! Cuando retorné a Baghdad, me convertí en un seguidor del sheikh.
Una mujer de Baghdad, muy impresionada con la fama y las riquezas del sheikh, decidió dejar su hijo al cuidado de Hazrat `Abdul-Qadir. Le llevó al niño, le dijo `Toma este hijo como el tuyo propio – yo renuncio todo derecho a él – y críalo para que llegue a ser como tú.’ El sheikh aceptó al niño y comenzó a enseñarle piedad, ascetismo y la negación de los bajos deseos del ego.
Después de algún tiempo, la madre vino a ver a su hijo, y le halló delgado y pálido, comiendo una costra de pan. Ella se encolerizó con el sheikh y pidió estar ante su presencia. Cuando llegó ante él, lo encontró bien vestido, sentado en una agradable habitación y comiendo un pollo. `Mientras tú comes tu pollo, ella le reprochó, `mi pobre hijo, el que yo dejé a tus cuidados, no tiene más que un pedazo de pan viejo!’
El sheikh colocó su mano sobre los huesos del pollo. `En el nombre de Allah Quien revive los huesos desde el polvo, levántate!’ Al sacar el sheikh su mano, el pollo estaba vivo. Corrió por encima de la mesa, diciendo: ` No hay dios sino Allah y Muhammad es Su Mensajero y el Sheikh `Abdul-Qadir es el amigo de Allah y Su Mensajero!’
El sheikh se volvió hacia la mujer y le dijo: `Cuando tu hijo pueda hacer esto, el también podrá comer cualquier cosa que desee.’
Más adelante en su vida, una noche estaban en su casa cincuenta personas de la élite de Baghdad . La reunión incluía todos los grandes sheikhs de su tiempo, entre ellos Hafiz Abul-`Izz `Abdul-Mughith ibn Harb. Este recuerda:
Esa noche el sheikh estaba realmente inspirado. Perlas de sabiduría brotaban de su boca. Todos nosotros estábamos en un perfecto estado de paz y beatitud, de una clase que jamás habíamos experimentado antes. En un momento dado, el sheikh señaló su pie y declaró, `Este pie está por encima de los cuellos de todos los santos.’ No bien había él dicho esto, cuando uno de sus estudiantes, el Sheikh `Ali ibn al-Hili, se arrojó a los pies de su maestro. Tomó el pie del sheikh y lo colocó sobre su propio cuello. Entonces todo el resto de nosotros, hicimos lo mismo.
Otro de los presentes, el Sheikh Ab£ Sa’id al-Kaylawi, dijo:
Cuando él dijo, `Este pie está por encima de los cuellos de todos los santos,’ yo sentí la verdad de Allah manifestarse en mi corazón. Vi a todos los santos del mundo parados en su presencia, llenando completamente mi visión. Los que eran de este mundo estaban presentes corporalmente; aquellos que habían muerto lo hacían espiritualmente. El cielo estaba lleno de ángeles y otros seres invisibles al ojo. Un grupo de ángeles descendió y confirió al santo el manto del Mensajero de Allah (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él). Mientras todos nos prosternábamos y estirábamos nuestros cuellos, escuchamos una voz sin sonido que decía `Oh sultán de la época, guía de la religión, del lugar, Oh ejecutor de la palabra de Allah el Compasivo, heredero del Libro Sagrado, representante del Mensajero de Allah, Oh aquél a cuyas órdenes son entregados a la tierra y los cielos, cuya plegaria es aceptada, cuando él pide por lluvia, esta viene, y brota leche de los pechos secos, Oh amado y respetado de la creación entera …’
Después que el Sheikh `Abdul-Qadir pronunció esas palabras, no solo aquellos que se encontraban presentes, sino todos los hombres de religión sintieron un acrecentamiento de su conocimiento y de su sabiduría, en la divina luz de sus corazones y en sus niveles espirituales.
Cuando este acontecimiento fue conocido en el mundo, Musulmanes, todos los sheikhs y maestros pusieron sus cabezas en el suelo en enorme humildad y aceptaron su liderazgo. Pecadores de entre las gentes se acercaron a su presencia, se arrepintieron, y se convirtieron enpuros. Bandidos, ladrones, delincuentes se allegaron a él, y se hicieron sus seguidores. El llegó a ser el centro, el polo.
Trescientos trece santos de la época, entre ellos diecisiete en la sagrada ciudad de la Mecca, sesenta en Iraq, cuarenta en Irán, veinte en el Egipto, treinta en Damasco, once en Abisinia, siete de Ceilán, veintisiete en el Oeste, cuarenta y siete en las tierras inaccesibles más allá del Monte Qaf, siete de las tierras de Gog y Magog, y veinticuatro en las islas de los océanos, todos escucharon y pusieron sus cabezas en el suelo en obediencia – con la excepción de un Persa. Este Persa era un muy devoto sheikh. Oraba más que nadie y ayunaba continuamente. Hizo numerosas peregrinaciones a la Kaa’bah, y tenía mucha ambición por el logro del placer de Allah. Durante cincuenta años permaneció recluso del mundo con sus cuatrocientos discípulos, a los que hizo trabajar día y noche para perfeccionarse. Tenía enormes conocimientos, y podía obrar milagros. Cuando le llegó el aviso de la declaración de Hazrat `Abdul-Qadir, se encontraba en Peregrinación con sus discípulos, en la sagrada ciudad de la Mecca. Ya sea que haya desmerecido la grandeza de Hazrat `Abdul-Qadir, o que sobreestimase la suya propia, se rehusó a bajar su cerviz en obediencia a la llamada de `Abdul-Qadir. Aquella noche soñó que partiendo desde la Mecca llegaba a Bizancio y allí adoraba un ídolo. Deprimido por este ominoso sueño, reunió sus discípulos y les dijo que debía ir de inmediato a Bizancio, donde confiaba en descubrir el significado de su sueño. Sus leales discípulos le siguieron a Bizancio. Cuando entraron a la ciudad el sheikh vio a una hermosa muchacha parada en un balcón. Su cabello era negro como la noche, sus ojos eran lunas gemelas con cejas arqueadas como tiernas hoces sobre ellos, su mirada una tentación para los amantes. Sus húmedos labios, del color de los rubíes, tornaban sedientos a cualquiera que los mirase. Su boca era tan pequeña que ni siquiera las palabras podían atravesarla, su estrecha cintura estaba ceñida por el cinturón de los idólatras Tan pronto como el sheikh la vio, su corazón se encendió en fuego, sus ojos quedaron fijos sobre ella, su voluntad se deslizó de sus manos. Mientras su corazón se llenaba de amor por ella, la religión y la fé lo abandonaron. Aún con toda su belleza, esa mujer no era más que una meretriz, una tentación del Diablo. El sheikh permaneció a la puerta de esta ramera pagana, con la boca abierta, sus ojos fijos en el balcón, esperando verla. Interiormente, él estaba en pleno tormento. Pensaba que todos esos años de ayuno en que atormentaba su carne, no había sufrido como ahora. Buscó en su conocimiento, en su razonamiento, para encontrar la lógica de esta situación, pero toda razón y conocimiento le habían abandonado. Sus compañeros se acercaron a él, en terror y aflicción, y le rogaron que se apartase, que se arrepintiese, que orase. El sheikh replicó que antes de hacerlo, se arrepentiría del absurdo de alejarse del mundo y sus placeres por motivo de su fe, y que en cuanto a orar y suplicar, lo haría más bien a esta muchacha que a Dios. Cuando se le recordó el castigo de Allah y el Infierno, dijo que la separación de su amada y el fuego del amor en su corazón podrían alimentar siete Infiernos. Sus discípulos le imploraron por largo tiempo, pero al ver que sus esfuerzos no producían ningún efecto en el sheikh, le dejaron.
El sheikh permaneció un mes entero a la puerta de la prostituta pagana. El polvo fue su cama y el umbral su almohada. Dormía en la calle, junto a los perros callejeros. Finalmente la bella pagana se aproximó a la puerta para encontrarlo y le dijo: ` Oh anciano que te llamas a ti mismo, un sheikh y un
Musulmán, estás tan intoxicado con el vino de atribuir iguales a Dios, que te muestras en ese estado en esta pagana calle!’ El sheikh dijo, `Yo abandonaré no solo mi religión sino mi vida por un toque de tus labios.’ La ramera dijo, ` Avergüénzate, esclavo decrépito de tus pasiones! «Cómo te atreves a sugerir besarme, cuando más bien estás cercano a envolverte en tu mortaja e irte a tu sepulcro? Vete! Yo no puedo amarte.’
Sin importar cuánto ella le insultase, el sheikh permanecía a su puerta. Entonces ella descendió nuevamente a él y le dijo, `Si tu amor por mí es como tú dices, entonces has de renegar del Islam, quema el Corán, inclina tu cabeza y prostérnate delante de los ídolos y bebe vino.’ El dijo: `No puedo en verdad todavía abandonar el Islam, ni puedo quemar el Corán, pero estoy dispuesto a brindar con vino por tu belleza.’ Ella dijo, `Entonces ven, y bebe vino conmigo. Muy pronto estarás de acuerdo en hacer todas las otras cosas que te he pedido.’ Mientras él sorbía vino de sus manos, su corazón y su mente ardían con fuego. Intentó recordar el Corán que tenía memorizado, los libros que hubo leído y escrito sobre el Islam, pero los había olvidado todos. Borracho, trató de tocarla. Ella dijo: `No, hasta que te conviertas en un pagano como yo y hayas quemado tu Corán.’ El arrojó su Corán y su manto de derviche al fuego, abandonó su fe y se inclinó ante los dioses paganos, e intentó nuevamente tocarla. Ella le dijo: `Tú viejo baboso, esclavo de tu pasión, que no posees ni bienes mundanos ni fama, cómo puede una mujer como yo ser acariciada por tal clase de mendigo? Yo necesito plata y oro y seda. En vista que tú no tienes nada, aparta tu horrible ser y vete!
Transcurrió más tiempo. El pobre anciano, desgastado, permanecía ante la puerta. Finalmente, cierto día, ella se entregó a él. Entonces ella dijo: `Ahora, hablemos de mi precio, Oh sucio viejo, ve‚ y cuida mi piara de cerdos durante un año.’ Sin protestas, el otrora sheikh de
la Kaa`bah, se convirtió en un porquerizo.
Las tristes noticias del sheikh que no inclinó su cabeza ante Hazrat `Abdul-Qadir se desparramaron, y sus discípulos, que lo abandonaron, llegaron a Baghdad. Allí pidieron ver al sheikh `Abdul-Qadir. Cuando le dijeron lo ocurrido, que el sheikh había dejado su religión, se había convertido en un pagano y reducido a un porquerizo, Hazrat `Abdul-Qadir dijo: `Si uno no se somete y se transforma en el cordero de un pastor, entonces se hace porquerizo de una piara de chanchos. Porque cada hombre tiene su propia manada de mil cerdos, mil ídolos en su corazón, salvo que los ahuyente mediante la sumisión y el arrepentimiento.’ Después los reprendió por el abandono de su sheikh y les dijo que por respeto a él debieran aún haberse hecho paganos! Añadió que un amigo real es aquél en quien se puede confiar durante la desgracia, porque en momentos afortunados todos pretenden ser amigos. Luego oró por el descarriado sheikh y les dijo que regresaran a
Bizancio y le transmitiesen que `Abdul-Qadir le invitaba a volver.
Los discípulos partieron prontamente hacia Bizancio. Hicieron plegarias por su sheikh durante todo el camino. Ayunaron y pidieron a Allah que otorgase a su sheikh las recompensas. Enviaron innúmeras bendiciones al Profeta Muhammad (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él) y rogaron por su intercesión. La flecha de la plegaria alcanzó su blanco. Al llegar al sheikh le hallaron radiante entre los muchos cerdos, y cuando le dijeron de la llamada de Hazrat `Abdul-Qadir, se arrancó el ceñidor de los paganos, derramó torrentes de lágrimas de arrepentimiento, elevó sus manos al cielo en agradecimiento, y todo cuanto él había abandonado – el Corán, los secretos divinos – le regresó y fue rescatado de su miseria y locura. Entonces tomó un baño, realizó sus abluciones y se cubrió con el manto del derviche. A continuación, partió para Baghdad.
Mientras ocurría esto, la muchacha pagana vio en un sueño, una luz que descendía sobre ella y escuchó estas palabras: `Sigue a tu sheikh, abraza su fe, conviértete en el polvo debajo de sus pies. Tú que has sido manchada, eres ahora tan pura como lo es él. Le llevaste a tu camino. Entra ahora en el suyo.’ Cuando se despertó, su ser se hallaba transformado. Corrió para alcanzar al sheikh y sus discípulos. Corrió, sin comer ni beber, por encima de planicies y de montañas. Finalmente, en el medio del desierto, cayó al suelo. Ella oró: `Oh Tú Quien me has creado, perdóname, no me aniquiles. Si me rebelé contra Tu fe y Tu sendero, lo hice en ignorancia, así como mi sheikh lo hizo en arrogancia. Tú le has perdonado, absuélveme a mí también. Yo me entrego y acepto la verdadera fe
Allah dispuso que el sheikh, quien se hallaba no muy lejos, escuchara las palabras de la muchacha; él y sus discípulos retornaron hasta donde ésta yacía. Ella dijo `Por tu causa la vergüenza me consume. Instrúyeme en el Islam para que pueda enfrentar a mi Señor en el sendero.’ Mientras el sheikh atestiguaba su fe, y de sus compañeros brotaba llanto de júbilo, la joven les deseó bienaventuranza y se reunió con su Señor. Ella, una gota en el mar de la ilusión, regresó al océano de la Verdad y el sheikh llegó a Baghdad y en humildad, estiró su cuello debajo de los pies de Hazrat `Abdul-Qadir.
A medida que la influencia de Hazrat `Abdul-Qadir se esparcía a todos los rincones del mundo, muchos de sus discípulos obtuvieron posiciones de importancia y numerosos gobernantes de hombres se convirtieron en sus discípulos. El facultó a incontables seguidores suyos para actuar como sus representantes, de acuerdo con las habilidades, cualidades internas y rangos espirituales de cada uno. De varios hizo maestros espirituales y juristas de otros. Algunos fueron nombrados gobernantes y detentadores de poder mundano.
Existía un derviche que desde que ingresara al servicio de Hazrat `Abdul-Qadir estuvo durante cuarenta años realizando todo esfuerzo para complacerle. El veía como otros discípulos mucho más jóvenes que él, y que habían pasado mucho menos tiempo con el sheikh, eran delegados por éste para recibir importantes posiciones. Cierto día se acercó a Hazrat `Abdul-Qadir e hizo su pedido. Le había servido durante tantos años, y ahora estaba más cercano a la ancianidad. «Por qué no podía también él, recibir un puesto substancial y elevado como algunos de los otros?
Mientras hablaba, arribó desde la India un grupo de emisarios.
Deseaban que Hazrat `Abdul-Qadir nombrase un maharajah para su reino. El sheikh contempló a su derviche, y le dijo, `Quisieras este puesto?
Te sientes cualificado para él? El derviche no cabía en su alegría. Después que los emisarios se alejaron, el sheikh dijo al derviche,
`Si tú sientes encontrarte cualificado para servir en mi nombre, te nombraré para ese reino en la India. Tengo una condición. Has de prometer que me darás la mitad de todos los beneficios y bienes que recibirás durante tu reinado.’ El derviche prestamente aceptó.
El derviche era cocinero en la escuela de Hazrat `Abdul-Qadir. Ese día se estaba preparando un postre al que era necesario revolver continuamente. Después de su charla con el sheikh, él regresó a la cocina para mezclar el pesado postre en un gran caldero con una cuchara de madera. Mientras se encontraba ocupado en ello, fue llamado para acompañar a los emisarios a la India como su rey, y así, partió.
El derviche se convirtió en un maharajah. Amasó enorme riqueza, construyó muchos palacios para sí mismo, se casó y tuvo un hijo. Eventualmente, olvidó todo cuanto se refería a su sheikh y a su promesa.
Cierto día recibió un mensaje notificándole que el Sheikh `Abdul-Qadir estaba llegando para visitar su reino. Se alistó para agasajarlo con gran pompa. Después de lujosas ceremonias, procesiones, y fiestas, fueron dejados solos para hablar. El sheikh hizo presente al maharajah el acuerdo de ambos: él tomaría la mitad de todo cuanto éste hubiese acumulado durante su reinado. El maharajah se molestó al serle recordada su promesa, pero no obstante admitió que al día siguiente prepararía sus cuentas de todo cuanto poseía y que ofrecería la mitad al sheikh.
Su ambición y su hambre de riquezas – que se había incrementado muchas veces a medida que adquiría más y más caudales – no le permitieron rendir una cuenta honesta de su hacienda. Al día siguiente trajo una lista y la entregó al sheikh. Aunque ésta enumeraba muchos palacios y tesoros, solamente representaba una fracción de lo que él poseía en realidad.
El Sheikh `Abdul-Qadir pareció estar satisfecho con su parte. Luego habló. `He escuchado que también tienes un hijo.’
El maharajah respondió: `Sí, desafortunadamente solo uno. Si tuviese dos, gustosamente te daría uno.’
`A pesar de todo, trae al niño,’ replicó el sheikh. `Siempre podremos compartirlo.’ El muchacho fue llevado a presencia de ellos. El sheikh desenvainó su afilada espada y la sostuvo sobre la cabeza del niño. `Tú tendrás la mitad, y yo tendré la mitad!’ declaró. El padre, horrorizado, extrajo su daga y con las dos manos, la
hundió en el corazón del sheikh.
De inmediato sus ojos parpadearon; al abrirlos se halló a sí mismo al borde del caldero de postre, blandiendo la cuchara de madera dentro del recipiente. Hazrat `Abdul-Qadir lo contempló y le dijo: `Como ves, tú no estás aún listo para ser mi representante. Todavía no has entregado todo, incluyéndote a ti mismo, a mí.’
El mismo se había dado por entero a Allah. Sus noches transcurrían con poco o ningún sueño, en solitaria plegaria y meditación. Pasaba sus días como un verdadero seguidor del Profeta (Que la Paz y las Bendiciones de Allah sean con él) al servicio de la humanidad. Por tres veces a la semana decía en público sermones a cientos de personas. Cada día, por la mañana y por la tarde daba lecciones sobre comentarios al Corán, tradiciones Proféticas, teología, ley religiosa y Sufismo. Su tiempo después de la plegaria del mediodía lo ocupaba dando consejos y en consultas con la gente, ya fueren ellos mendigos o reyes, que venían desde todas las partes del mundo. Antes de las oraciones de la caída del sol, ya fuese que lloviese o tronase, partía a las calles para distribuir pan entre los pobres. Como su vida era de perenne ayuno, comí únicamente una vez al día, después de la plegaria del ocaso, y nunca solo. Sus servidores se paraban en su puerta preguntando a los que pasaban por allí si estaban hambrientos, de modo que pudieran compartir su mesa.
Falleció en sábado, el octavo día de II Rabi, en el año 561 A.H., 1166 E.C., a la edad de 91 años. Su bendecida tumba, en la academia de Bab al-Daraja, en Baghdad, se ha convertido en un importante lugar de peregrinación para Sufíes y todo Musulmán.
Cuando contrajo la enfermedad a cuya causa murió, su hijo `Abdul-`Aziz vió que estaba sufriendo grandes dolores, sacudiéndose y revolviéndose en el lecho. `No tengas preocupación por mí,’ dijo a su hijo. `Yo estoy siendo dado vuelta una y otra vez en el conocimiento de Allah.’
Cuando su hijo `Abdul-Jabbar le preguntó donde sentía dolor, le dijo: `Todo en mi duele, excepto mi corazón. No hay dolor en él, ya que está con Allah.’
Cuando su hijo `Abdul-Wahhab le pidió: `Dame algún consejo final en base al cual yo pueda actuar después que tú hayas dejado este mundo.’ El dijo: `Teme a Allah y a nadie más. Que tu esperanza provenga de Allah y confía todas tus necesidades a El; espera y desea nada de nadie, excepto de El. Apóyate en Allah y en ningún otro. Únete con El, únete con El, únete con El.’
Antes de abandonar este mundo, echó una mirada a su alrededor y dijo a los presentes: `Han venido a mí otros, a quienes ustedes no ven. Hagan lugar para ellos y muéstrenles cortesías! Yo soy el núcleo dentro de la cáscara. Me ven con ustedes, pero estoy con alguien más. Es mejor que ahora me dejen.’ Luego, dijo: ` Oh ángel de la muerte, yo no te temo, como tampoco temo a nada, excepto a El, Quien me ha asistido con su amistad, y ha sido generoso para conmigo!’
En el último momento elevó sus manos y dijo: `No existe ningún dios, salvo Allah, y Muhammad es Su Profeta. Que la Gloria sea con Allah, el Exaltado, el Siempre-Viviente, que la gloria sea con El, el Todo-Poderoso, Quien subyuga a Sus siervos mediante la muerte.’
Luego emitió un estentóreo grito y dijo: `Allah, Allah, Allah!’ y su bendita alma abandonó su cuerpo.
Que la complacencia de Allah sea con su alma y que su espíritu interceda por este faqír, el escritor de estas palabras, y por aquellos que las leen.